En pleno casco urbano de la ciudad, en el centro histórico, próximo a la Iglesia de Santa María, escondidos entre edificios, pueden verse los restos de una de las seis esbeltas torres almenadas que poseía el castillo de Linares. Esta, junto a un trozo de muralla, es lo que ha perdurado de una fortaleza que hoy podemos recrear a través de antiguos planos y dibujos realizados por pintores e historiadores.
Pasear por Linares ofrece la posibilidad al viajero de conocer una ciudad que vivió su máxima época de auge en el siglo XIX, gracias a las explotaciones mineras de plomo y plata impulsadas por la inversión extranjera y, también, a la llegada del ferrocarril. De ese floreciente pasado y de su esplendor económico han quedado muestras en sus calles, edificios y, sobre todo, en su paisaje, salpicado de chimeneas y pozos mineros. Ello, junto a un rico comercio, una cuidada gastronomía de la que disfrutar en multitud de tascas y tabernas de gran solera y afamada por la cultura del tapeo, o su rico patrimonio cultural en el que el toro y el flamenco son protagonistas, hacen de Linares un interesante destino turístico.
Fueron las minas y filones de plomo lo que, desde la antigüedad, llevaron a pueblos de distintas culturas a asentarse en este territorio, como lo evidencia el impresionante yacimiento arqueológico de Cástulo, uno de los asentamientos ibero-romanos más importantes de España. No obstante, hasta el reinado de Felipe II, monarca que le concedió el título de villa, Linares no era más que una pequeña aldea asentada en torno a este castillo de origen árabe.
La construcción del castillo de Linares se relaciona con la táctica de los musulmanes de reforzar aquellos enclaves estratégicos amenazados por el progresivo afianzamiento y expansión de los cristianos. Hoy sólo podemos recrear su imagen original gracias, por ejemplo, a los planos realizados en el siglo XVII por el historiador Martín Ximena o a una acuarela pintada por Pier María Baldi en el viaje que, en 1668, realizó por Andalucía acompañando al príncipe italiano Cosme de Médicis.
Por estos datos sabemos de su planta rectangular y de sus torres circulares que, ya en época cristiana, fueron elevadas en altura con el fin de acoger dependencias para sus moradores. Asimismo, conocemos la existencia de un antemuro que rodeaba toda la construcción y la presencia de un foso que reforzaba su línea defensiva.
Conquistado en 1227 por Fernado III, el castillo se mantuvo a través de los siglos como testigo del devenir de, por aquel entonces, esta aldea dependiente del concejo de Baeza. En los siglos XIV y XV fue escenario de continuas luchas nobiliarias, atravesando una época de inestabilidad política y social, hasta que, ya en el XVI, Linares consigue su independencia y comienza a emerger como capital de la comarca.
Curiosamente, el siglo XIX, etapa en la que se vive la profunda transformación de Linares en una de las ciudades más prósperas y cosmopolitas de la región, fue también la fecha de inicio del declive de esta fortaleza que se mantuvo en estado de ruina y de la que sólo se conservan los referidos restos.